sábado, 24 de enero de 2009

Historia de un hecho normalmente curioso y curiosamente normal

Él sacó su pequeño espejo de la billetera y frente a éste puso su rostro. Notó que sus canas tenían ese día un aspecto noble y respetable. A Él le gustaron las canas de ese día. No sabía si tal imagen era el producto de leves rayos de sol de un momento adecuado, que no impregnaban tanta sensibilidad a la vista, o si simplemente la conexión entre iris y cerebro funcionaba ese día de manera benévola. También notó que los parches de cráneo bronceado ,que comenzaban a aparecer en su cabellera, eran para ese día menos visibles gracias al viento que había dado un aspecto de libertad a cada uno de sus cabellos. Así las cosas, Él se animó y tomó impulso, gracias a tan magnífica apariencia, y se enfrentó así a uno de sus principales miedos y comenzó a acercar más el espejo hasta poder ver de cerca sus cicatrices faciales de una crónica varicela de niño. También ese día estaban escondidas y Él se alegró mucho. Entonces Él caminó apaciblemente por las avenidas, calles y bulevares; con la frente en alto, disfrutando la brisa cálida que se conjugaba en su interior con un hálito de bondad y caballerosidad con la gente. Puso una moneda en el vaso de un desgraciado, dijo Buenos Días al pasar frente a la mesa de unas damas finas, dijo Buenos Días al pasar frente a unas damas hediondas y pedigüeñas, dijo Hola cómo estás al chofer del bus al subirse, y dijo Gracias y Buen día al chofer del bus al bajarse. Él siguió hasta su trabajo y se percató de que todo estaba en orden, se percató también de que su secretaria lucía muy bien ese día, con su sostén de copas, su pantalón flojo y su sonrisa de buena noche. Él paso la mañana muy bien y al revisar sus finanzas su humor aumentó y eso hizo que llamara a su Hijo y lo invitara a un buen almuerzo. El Hijo llegó radiante al restaurante fino y se pidió una cerveza fina y un pescado fino en salsa fina para terminar de extasiarse con un postre fino. La vajilla fina y los cubiertos finos tronaban y tronaban y ellos hablaban y hablaban. Él sin duda que estaba aún más feliz que el Hijo, porque hoy había enfrentado y vencido su aspecto de viejo feo. El Hijo andaba en un día normal, pero ese almuerzo lo hizo contagiarse de un poco de alegría y un poco de optimismo y salió convencido de que hoy su amor con Ella sería favorecido y así fue; y al otro día y en el mismo restaurante y en los mismos trastes finos invitó a Él a una cena. Él andaba malhumorado porque ese día su secretaria llegó agitada y con una gruesa línea de sudor en su escaso bigote y con una enagua roja de mujer barata. Luego de la cena, Él, mientras pensaba que lo agitado del día había hecho sobresalir sus cicatrices faciales de crónica varicela de niño, escuchó un trueno casi en su oído y al voltear vio al Hijo con un camino rojo en su pecho y escuchó un auto a lo lejos. Entonces Él sintió, por primera vez en su vida, el gran alivio de la verdadera tristeza.